Durante los siguientes días la cosa no mejoró, aunque tampoco empeoró. Seguía recibiendo restos de su comida y, de vez en cuando, la niña, casi a escondidas, me daba algo de pienso e, incluso, alguna lata. Para los que no son gatos, informarles que la lata está muy buena, tiene una textura muy suave y el gusto es agradable. En cambio el pienso, aunque bueno, no se puede comparar, es algo más duro, el saber es mucho más monótono, siempre sabe igual y, por lo tanto, es mucho más aburrido. Siempre oigo que contiene muchos más nutrientes que la lata y es mucho más saludable para los gatos, pero os puedo asegurar que a cualquier gato que le preguntes siempre escogerá la lata por delante del pienso.
De todas maneras, ya no tenía tanta hambre como los primeros días. Supongo que el cuerpo se fue acostumbrando a que la cantidad ingerida fuera menor a la de antes. Además, me empecé a mover por otras casas y siempre encontraba algo de pienso en las bandejas de mis vecinos, aunque me costara algún que otro rasguño de su dueño.
Por suerte la niña, cuando volvía por la tarde, me daba de comer y jugaba mucho conmigo. Aunque la mayoría de los días no tenía mucho tiempo para estar conmigo, a mí me gustaba mucho estar con ella, por las noches me solía poner en sus rodillas mientras ella me acariciaba. Después se iba a dormir a su habitación, yo la seguía y me tumbaba a los pies de la cama, y allí me quedaba dormido.
El resto del día me lo pasaba por los alrededores de la casa, me iba al terreno que había detrás y tomaba el sol, también visitaba al gato que tenía de vecino y, alguna vez, también se acercaban otros que vivían en otras casas y nos poníamos a perseguirnos, jugango los unos con los otros. Incluso jugábamos con el perro que tenía el vecino, era un perro muy grande y tranquilo. Tenía mucha paciencia con nosotros.
Después de comer me tumbaba al sol y me quedaba dormido hasta que el sol comenzaba a bajar.
lunes, 1 de diciembre de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario