En seguida me di cuenta que no todo iba a ser tan bonito como yo me pensaba.
La madre era la encargada de darme de comer, yo estaba dispuesto a comerme cualquier cosa, pero estaba acostumbrado a que me dieran de comer lata.
Los primeros días me dieron lata para comer, pero poco a poco la fueron sustituyendo por pienso, al principio no me importó ya que era bastante bueno, pero a lo largo de los días, la calidad fue bajando hasta que me empezó a darme un poco de asco comérmelo, pero como no tenía otra opción me vi obligado.
Después de esto, el pienso se fue haciendo más escaso y me lo tenía que ir racionalizando para no quedarme sin él a la hora de comer y tener que pasar el resto del día y de la noche sin poder probar bocado, cosa que me sucedió durante unos días, ya se sabe, la ignorancia y la cotidianidad de los animales nos hacen seguir siempre las mismas pautas sin darnos cuentas que las circunstancias pueden cambiar en cualquier momento. Suerte tenemos que nos adaptamos en seguida a dichos cambios, aunque no lo parezca.
Pero no solo fue disminuyendo la cantidad de pienso, sino que un día desapareció del todo. Lo primero que hacía por la mañana era salir por la puerta al terreno de la parte posterior de la casa y acercarme a mi bandeja donde ya estaba colocado el pienso. Pero ese día no estaba allí. No me preocupé mucho, pero me puse a esperar junto a la bandeja a que llegara la madre a darme de comer. Supuse que antes de que se fueran me darían de comer pero no sucedió así. La madre y la hija se subieron al coche, como era habitual y desaparecieron. La madre solía tardar un rato en volver, no así la hija que no volvía hasta que el sol no empezaba a ponerse.
La mujer volvió y me puse en la puerta de entrada a esperar a que bajara del coche. Me la quedé mirando para ver si reaccionaba y me daba de comer, pero ni así. Comencé a maullar y en ese momento me miró y me dijo alguna cosa que no acabé de entender. Entró en la puerta y yo la seguí.
Me volví a colocar al lado de mi bandeja esperando, esta vez sí, que llegara la comida. De vez en cuando la mujer pasaba por allí pero nada de nada. Me miraba pero no decía nada.
Viendo el panorama me quedé tumbado en medio del terreno tomando el sol. De vez en cuando se me acercaba un gato que vivía al otro lado del muro y me olía. A veces jugabamos un rato a perseguirnos, aunque en seguida se cansaba.
Después de comer, y tras haberla perseguido un buen rato, me dejó en la bandeja un trozo de carne, aunque la verdad es que casi todo era hueso. Desesperado me lancé a chupar y a comer lo que pude. Apenas me alivió el hambre.
Por suerte, en cuanto la hija regreso, ya al atardecer, me puso pienso en la bandeja. Apenas me duró un minuto, lo devoré con ansiedad, incluso me sentó un poco mal, pero aun así, le maullé por si me daba más. Durante la cena me puso otro trozo pequeño de carne y más tarde otro poco más de pienso. Esta vez la madre le dijo alguna cosa que no le gustó. Y a mí tampoco.
lunes, 1 de diciembre de 2008
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