Otro día me decidí a salir a buscarme la comida yo mismo, con lo que empecé a moverme por aquella zona aun desconocida para mí.
Después de un rato llegué a una especie de granja, pero no una de esas en las que los animales pastan a sus anchas y que todo el mundo reconoce en la tele, en los anuncios, sino una en la que no había nada de verde ni árboles, todo era metálico y olía a frío.
Me metí por una de las puertas y me acerqué a una vaquita. Estaba tumbada, apenas se podía mover, parecía muy joven pero a la vez no se le veía con ganas de correr, de jugar...parecía que estaba esperando la muerte.
Le di unos golpecitos con la pata y me miró. En sus ojos solo vi la tristeza y el dolor.
No tenía ganas de vivir de aquella manera.
Quería ayudarla pero no pude.
Al salir vi como en un camión iban decenas de vacas amontonadas, se aplastaban las unas a las otras, sabiendo el final que les esperaba
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